Resulta entendible que quienes
sienten desprecio por la Iglesia se manifiesten en términos peyorativos,
descalificadores y hasta que metan una misma bolsa a quienes en ejercicio del
sacerdocio (o del laicado) hayan cometido actos aberrantes de cualquier tipo,
con quienes pretenden vivir dando testimonio. Faltaría más, hay que reconocer
que estos pensamientos nos lo hemos ganado a pulso.
También es entendible quienes por
convicción en algunos casos, por ignorancia en otros y/o por falta de desarrollo
de la misericordia para entender y aceptar la realidad de un mundo que cambia
en otros, ante el Sínodo o ante cualquier noticia de la Iglesia se abroquelen
en sus pensamientos y hasta piensen que con la Santa Inquisición: Esto no
pasaba.
También entendemos a quienes que
el
tema de los divorciados en nueva unión (y muchos otros de la periferia) les
resulte algo superado y por eso no tomen partido y no se expresen.
Lo que nos resulta sugestivo y
digno de sentir vergüenza ajena es la muy escasa participación, en todos los
foros, de aquellos que viviendo la problemática carezcan del tiempo, de la
decisión, de la fortaleza o del interés para decir PRESENTE y pedir, con
respeto y con apertura mental, que cese esta situación de discriminación, este
doble mensaje, este vengan pero no entren, entre este siéntense a la mesa pero
no coman.
Quizás algunos tengan razón y
este tema les importe a muy pocos, es posible, cuanto menos le podría interesar
al papa y para 1.300 millones de católicos ya debería ser suficiente.
La cuestión es sencilla, entre
los que hacen del verbo denostar su bandera, los preconciliares, los
fundamentalistas, los que como el tero cacarean en un lado y ponen los huevos
en otro y los que pudiendo (y debiendo) decir algo se mantienen en silencio el
coctel está servido y luego nos quejaremos que la Iglesia se ha quedado en el tiempo,
que no atiende ni entiende, que no nos cobija y victimizándonos nos
lamentaremos.
Ya va siendo tiempo que los que
tengan algo que decir lo digan o quizás esperen que la sultana Aixa, les
murmure al oído lo mismo que le dijo a su hijo: No llores como una mujer lo que
no supiste defender como hombre
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